No me gustan los perfumes. Siempre he preferido el olor natural de
la piel ¿Qué te digo? Soy un salvaje.
Y entonces llegó la primera lluviecita rara del año hace dos años y
alguien llegó a casa con un frasquito lleno de un líquido azul cerrado con una tapita de madera. Azul es la
tristeza también, azul es la luz para bailar, azules son los anocheceres y los
amaneceres. El verano también es azul. La lluvia es azul.
Y yo usaba ese perfume justo antes de verte.
Aquel tiempo de lluvia, de humedad, de húmeda tristeza dentro de una camiseta
sin mangas y una chamarra de mezclilla. Aquel tiempo de mezquindad, de
incertidumbre, de dolor torácico, aquel tiempo cuando tenía el corazón
apuñalado mil veces desangrándose mil veces agonizando mil veces llorando mil
veces sin terminar de cicatrizar.
Aquel tiempo de bugambilias con espinas, de cabello
empapado, de soledad, fría soledad, frías mañanas, húmedas noches, frías
noches. Aquel tiempo de música electrónica y azul, de perfume azul.
Aquel tiempo cuando dormíamos juntos y el cuarto olía a cigarrillos
y música electrónica y azul y perfume y luz azul y alcohol y a tu piel y a mi
piel y a besos escondidos debajo de la noche y a humedad y a relámpagos y a
Burberry y a jabón neutro y a mezclilla.
Aquel tiempo cuando te ibas por la mañana antes de que todos
se enteraran y me dabas un último abrazo para girar la cabeza inmediatamente y
no mirabas atrás y al día siguiente lo veías a él, y el mundo continuaba con su
habitual ritmo y yo me sumergía en esa botellita de perfume azul.
Aquel tiempo cuando me negaba a abrir el pecho aunque ya
estuviera destazado en canal porque no tardarías nada en estar otra vez con él
y yo tardaría menos en volver a despedazarme.
Aquel tiempo de extrañarte en formas incalculables y
volverme adicto al perfume y a escribir sistemáticamente y al vino tinto y a
observarte mientras no te dabas cuenta. Formas intangibles de suicidio. Ininteligibles,
si quieres.
Aquel tiempo cuando te veía y se iban de la mano y yo miraba
a otro lado, absorto en un silencio autoimpuesto y a una ausencia lívida en un
limbo de perfume azul.
La ciudad encharcada, inundada, y la electricidad que se iba cada tanto, y agua en los zapatos, y mezclilla húmeda, y la camiseta empapada, y el cabello escurriendo, y el ruido y el olor de los automóviles, y cigarrillos, y perfume azul. Y la luz azul en el antro, la música electrónica que no dice absolutamente nada, el persistente olor a piel, y el perfume azul.
Hoy alguien en casa se ha marchado con ese perfume puesto y,
al olerlo, volví a sentir un soplo helado sobre el corazón. Una herida volvió a
abrirse y a congelarse al instante. Y el congelamiento fue azul y el frío era
azul y el perfume dentro de la botella era azul y amanecía y el cielo era azul
y la incertidumbre también.